Si los bares en Mallorca están cuidadosamente diseñados para ser incómodos y no invitan a quedarse mucho tiempo, el de S'esglaieta diríase que es un espacio abiertamente hostil al pasante. Construido con los elemento propios de una posada antigua de carretera, su terraza porticada dista escasos metros de la carretera de Valldemossa, por la que circulan coches a toda velocidad rozándo la cucharilla de tu café. La parroquia la forman un par de señores mayores hablando de herencias , algo sorprendente dada la habitual discreción del mallorquín en estos temas. El baño se encuentra a la derecha de unos sacos grandes de comida para perros.
En un momento dado vislumbro que algo no está bien. Un señor cabizbajo en la mesa de al lado resulta que no está fino. Le hablan a gritos, le pegan cachetes en las mejillas pero no responde. Se escucha una ambulancia a lo lejos. El posadero ( esa sería la palabra) se esmera en prepararme un pamboli ( lo servirá coronado por un espárrago chistu) y un café. Entran dos tipos del "cero" , con chalecos y una camilla. Le gritan que no se duerma y le llaman por su nombre, pero no responde. Se miran y uno "niega " con la cabeza. Se lo llevan a toda leche y un parroquiano afirma que " Ahir ja no es trobava bé. Va pixar negre "
Son las 12 de la mañana de un domingo de agosto, pido la cuenta y me voy. A la noche me acerco de nuevo y pregunto como está el enfermo. El posadero que me preparaba el pamboli mientras pasaba todo esto me informa de que está en Son Espases en observación. Es su hermano.