Al Bosch le sobran siempre el prefijo "Café". Incluso el de "Bar". El "Bosch " es el "Bosch" desde que el Viejo tomaba gintonics (cuando aún no existían los gintónics) en una de las mesas de la terraza , de esas que están pegadas a la puerta ( el resto de mesas de la terraza ya no son el Bosch).
Cuando el Viejo iba al Bosch la barra estaba al otro lado, el suelo lleno de servilletas de papel arrugadas y se podía fumar. Aún no había acometido ese despropósito de ampliación al local de al lado ( WTF?) ni ese restaurante en la planta de arriba en el que no pienso poner un pie.
El Bosch son sus camareros. Observar sus codigos no escritos. Adjudicarle un mote a cada uno de ellos. Ver sus miradas cómplices cuando entra una guiri estupenda y pregunta dónde está el baño. Notar la violencia contenida cuando uno de ellos coge un servilletero de la mesa que gestiona el otro.
Si uno tiene mucha suerte y persevera hasta puede establecer algún tipo de relación amigable ( que no amistad) con alguno de ellos. En mi caso, tras dos años pidiendo cada mañana uno de queso y café con leche, un camarero me preguntó si tomaría "lo de siempre, ensaladilla". A partir de ahí, alguna broma o chascarrillo, incluso un vasito de agua con el café ( " no te acostumbres").
Cuando uno tiene su camarero del Bosch ya ha alcanzado la cima.
El Bosch son sus camareros.
Junio de 2.022. ( adenda)
Sería demasiado sencillo cerrar con un lacónico “ se ha convertido en un bar de guiris” mi relación con el Bosch. Como una nota en la nevera, en plan “ no eres tú, soy yo”. El Bosch
constituye, junto a Lírico, el Moka y el Cristal, el poker de cafés que acompañaron, cuando no definieron, la Transición en Ciutat. Atrás quedaban el Formentor , el Miami y esa pléyade de Grands cafés que la mitología local ha encuadrado en una supuesta Palma literaria de los cincuenta, (aunque a mí esa Palma más que a la Lisboa de Pessoa me recuerda al Valladolid del que huyó Umbral.)
Todos ellos han tenido finales variopintos. El Lírico y el Cristal se fueron apagando , perdiendo el afecto de la gente, fruto de una mala gestión. Cuando cerraron casi nadie les lloró. Ambos
acabaron transformados en franquicias horribles que por suerte duraron poco. Ahora intentan recuperar el prestigio perdido. En cambio todo el mundo guarda buen recuerdo del Moka. De
alguna manera conecta con la fibra emotiva de la gente, no se si por esos cuadros pintados a mano (“perros calientes”) , o por la ubicación.. No sé el motivo , pero la gente aún lo
añora.
Aún no hemos perdido El Bosch , aunque se va separando, poco a poco , de Ciutat. Aquí ya entramos en las fílias y fobias de cada uno.
El Bosch es un símbolo de esta ciudad y de su gente. El gintonic después de la misa del Gallo. Leche preparada en verano. Las servilletas arrugadas en el suelo, tras haber hecho la primera en el Hostal La menorquina. Cierta vez me explicaron que todo el mundo acaba en el Bosch porque todas las calles que confluyen en la plaza de las Tortugas son cuesta abajo. Una especie de inercia que , de alguna manera, nos lleva hacia los lugares en los que crecimos y que nos obliga a volver a los mismos espacios, casi de manera irracional. Ojalá podamos volver muchas veces más. No lo tengo claro.